La lengua sefardí es una voz del alma
En 1911 Manuel Manrique de Lara emprendió un viaje a Oriente próximo para recopilar textos y melodías entre los descendientes de los judíos expulsados de España en el siglo XV.
Todas ellas acabarían formando parte del Romancero sefardí que actualmente custodia el archivo Menéndez Pidal y María Goyri.
Su investigación comenzó en Bosnia-Herzegovina y fue en la ciudad de Sarajevo, donde, según dejó dicho a una de sus informadoras, la escritora bosnia sefardí Laura Papo Bohoreta (1891-1942), los romances que a su paso hallaba hacían “el efekto de un bouquet de klaveles y rozas en un kampo de jervas malas”.
Así de hermosas eran las kantigas y romanzas de origen español que Manrique de Lara encontró a su paso por este país balcánico y que, todavía hoy, pueden escucharse en la voz de los sarajevitas.
Durante siglos la capital de Bosnia-Herzegovina fue conocida como el Yerusalayim chico, pequeño Jerusalén, debido a la numerosa presencia de judíos sefardíes, cuyos antepasados se habían desplazado a la Península Balcánica tras su expulsión del Reino de España en 1492 y se habían instalado en los que, por aquel entonces, eran los dominios del Imperio Otomano: el norte de África, los Balcanes, Turquía, Grecia y Oriente medio.
Una de las familias que acabó dando con su suerte en Sarajevo fue la de David Kamhi, descendiente de los expulsados de la península que se establecieron en Bosnia-Herzegovina alrededor del año 1541.
David Kamhi nació en Sarajevo en 1936, en el seno de una familia tradicional sefardí en la que se hablaba judeoespañol como lengua materna, y cuyas generaciones le transmitieron el interés por la cultura, la lengua y en especial, por la música de Sefarad.
Profesor de violín de la Academia de Música de la Universidad de Sarajevo, kantor de la sinagoga y uno de los miembros más activos de la Comunidad Judía Sefardí de la ciudad, David quedó inmortalizado por la pluma de Juan Goytisolo (“mi amigo Juanito”, como solía llamarlo) en su Cuaderno de Sarajevo con las siguientes palabras: “David Kamhi es violinista y tiene todo el aspecto del cliente de un casino de pueblo español: calvo, expresivo, vivaz, con gafas, como los que se asientan, en medio del humo y vocerío de sus paisanos, frente a una baraja de naipes o un tablero de dominó”.
Y damos buena fe de que así era, pues en la persona de David pervivía esa atmósfera cultural hispana característica de los ambientes judíos sefardíes del Mediterráneo oriental, cuya marca distintiva era la lengua judeoespañola.

La razón de esa pervivencia tiene que ver en parte con el hecho de que, tras su llegada y establecimiento en la Bosnia otomana, los judíos sefardíes pasaron a formar parte del sistema de comunidades confesionales denominado millet, dentro del cual cada colectivo religioso conservaba sus señas de identidad.
En el caso de los judíos fueron la religión hebraica y la lengua que hablaban en el momento de su expulsión de Sefarad, una variedad hispánica que con el paso del tiempo terminaría denominándose “sefardí”, “judeoespañol”, “judesmo” o “ladino”, esta última no siempre bien recibida entre sus hablantes.
Conocí a David cuando trabajaba en la Cátedra de Español del departamento de Filología Románica, en la Universidad de Sarajevo. Y no fueron pocas las veces en que le oí aleccionar sobre este asunto a filólogos e historiadores de renombre: “nosotros, los sefardíes, no hablamos ladino: hablamos judeoespañol. ¡No somos fósiles!”.
No solo el viejo sefardí, también lingüistas de prestigio como Haïm Vidal Séphiha (1923-2020), especialista en la lengua judeoespañola y creador en la Sorbona de la primera cátedra de judeoespañol del mundo, reivindicaron el mal uso del término «ladino» para denominar la lengua judeoespañola. Trataremos aquí de aclararlo.

El judeoespañol o español sefardí es una variedad lingüística hispánica que surge de la koiné de los distintos romances hispánicos existentes en el momento de la expulsión a finales del siglo XV.
Por otro lado, el ladino es una hagiolengua o lengua calco del hebreo con la que se trasladaban a palabras españolas los textos litúrgicos escritos originalmente en esta lengua santa.
Como David advertía, el ladino nunca llegó a ser lengua de comunicación ni entró en la vida cotidiana, por el contrario, fue una lengua artificial creada con una finalidad fundamentalmente pedagógica.
Los fieles en la Edad Media ya no entendían el hebreo, por lo que había que verter esos textos en palabras castellanas, pero usando caracteres hebreos. A este proceso de traducción se le llamó enladinar.


Los sefardíes llamaban a su lengua judesmo o español para distinguirla del ladino y conservaron su uso como lengua de comunicación y literaria hasta las primeras décadas del siglo XX.
En la época en que creció y vivió David, la lengua sefardí había quedado relegada al ámbito doméstico y era custodiada principalmente por las mujeres del hogar.
Ellas estaban encargadas de la educación de los niños y de transmitir oralmente la tradición secular de la comunidad a todos los miembros de la familia.
Las mujeres mayores, las nonas y tijas, solían cantar cantigas, también llamadas cantares o kantikas, en las celebraciones y festejos, como las komplas en las bodas. Pero también lo hacían en la vida cotidiana, bien como entretenimiento, bien con algún fin práctico, como el de arrullar a los más pequeños con una nana.
En su obra La mužer sefardi de Bosnia, Laura Papo lo explica del siguiente modo:
“Nuestras nonas kantavan romanses sin darse kuenta de las valores linguistikas ke eas eskonden en si! Pero es dever de la manseveria Sefardi de no ečar a por aji loke otros arekožen kon tanto intereso y entendimiento. La ke eskrive este livriko, aze todos sus esfuersos para transmeter a la masa, a la manseveria este “hamanet” (testimonio) ke nos dešaron muestras nonas”.
Esta sensibilidad era también compartida por David, de cuya madre, Regina Kamhi, aprendió el judeoespañol.
Para él, la lengua judeoespañola siempre fue “una voz del alma”. Estaba vinculada al amor maternal, a la infancia y al paraíso perdido, su “España bienquerida”.
Como es sabido, la madre es una figura central en la vida judía. De la madre se hereda el judaísmo, y de ella depende que los valores judíos sean trasmitidos, conservados y ejercidos a lo largo de los siglos.
En el recuerdo de los sefardíes, España es la madre, a veces “madrastra”, sin la que el mundo sefardí no existiría.
Así lo puso por escrito Abraham Capón (1853-1931) —sarajevita de adopción, escritor, poeta, fundador y director de la revista literaria La Alborada— en su memorable oda a España: “nosotros “madre” te llamamos y mientras toda nostra vida, tu dulce lengua no dejamos”.
Este vínculo no impedía que David Kamhi se enorgulleciera de ser un sefardí de Bosnia-Herzegovina. Nunca abandonó esta ciudad, ni siquiera cuando se le ofreció la oportunidad de marcharse durante la última guerra de los Balcanes: “yo soy bosnio, soy judío y soy español”, me confesó en una ocasión. “Mi patria es la lengua de Cervantes y Lope de Vega, pero mi lugar está en Sarajevo”.
Superviviente de la Shoá y de la guerra de Bosnia-Herzegovina, fue durante el sitio de Sarajevo cuando David tomó conciencia de que el judeoespañol estaba condenado a desaparecer.
Durante Segunda Guerra Mundial, la deportación masiva y el exterminio de decenas de miles de sefardíes en los estados balcánicos había hecho que se rompiera la cadena de transmisión de la lengua.
En los años 90, durante la guerra de los Balcanes, los judíos fueron evacuados de Bosnia.
La mayoría de ellos enviados a Israel, circunstancia que hizo aumentar en él el empeño por salvaguardar su legado, aún en circunstancias tan trágicas como aquellas.
En pleno asedio de la ciudad, David participó en la salvación de la famosa Hagadá de Sarajevo, un libro medieval sefardí de gran valor, junto a su amigo el historiador Enver Imamović.
Además, creó una gramática de judeoespañol a fin de preservar el conocimiento de la lengua que había atesorado desde generaciones atrás. Y organizó clases de español moderno para los miembros de la comunidad que deseasen aprenderlo.
Una comunidad, la judía, cuyas puertas durante la guerra estuvieron siempre abiertas a los bosnios, fuera cual fuera su etnia o confesión religiosa.
“Nos matan porque vivimos juntos y queremos seguir viviendo juntos”, esto dijo David a Juan Goytisolo en el año 93. Veinte años después, ya como hazan o kantor de la sinagoga de Sarajevo, seguía insistiendo: “la experiencia más radical es la de conocer al otro”.
En cierta manera, el viejo sefardí veía en esa Bosnia suya una réplica del pasado español, la España de las tres religiones y las tres culturas.
De hecho, el filólogo e hispanista bosnio Muhamed Nezirović (1934-2008), buen amigo suyo, sostuvo siempre que “Sarajevo repetía el Toledo de Alfonso X el Sabio”; por lo que no le parecía nada extraño que, en el año trágico de 1992, la primera ciudad que enviara su simpatía y apoyo a Sarajevo fuera Toledo, antaño “corazón del mundo”.
El mismo Nezirović, impulsor de los estudios de judeoespañol en la Universidad de Sarajevo, defendió que el español nunca llegó a ser una lengua extranjera en Sarajevo; pues durante siglos había impregnado el habla cotidiana de los bosnios, especialmente de los sarajevitas.
En la actualidad apenas quedan algunas muestras de la lengua y la cultura de los sefardíes. En la Baščaršija, el viejo bazar de Sarajevo, se puede comer un pastel trilece, dulce de origen español, y visitar la antigua sinagoga sefardí construida en 1581, reconvertida hoy en museo.
La placita en la que está ubicada recibe el nombre de “Velika avlija”, traducción literal de Il Cortillo grande, nombre por el que era conocida antiguamente debido a la cantidad de sefardíes que allí moraban.
Pero sin duda, uno de los homenajes más conmovedores del pueblo bosnio hacia sus conciudadanos sefardíes es conocer de memoria la kantika Adjo kerida, aun sin hablar el español.
Dicho esto, para conocer el mundo sefardí de Bosnia tal y como lo vivieron David y sus coetáneos, habremos de buscarlo en la literatura; concretamente en las historias del escritor judío bosnio Isak Samokovlija (1889-1955).
Su obra, incomprensiblemente todavía sin traducir al español, es una de las que mejor retrata la vida de aquellos judíos españoles que llegaron a Bosnia hace cinco siglos.
Poco dado a la melancolía, personalidad culta y accesible, con un extraordinario sentido del humor, inteligencia y mal genio cuando convenía, David dedicó toda su vida al trabajo y al estudio de la lengua, la música y el legado cultural español del que se sentía parte.
A sus 90 años seguía imaginando proyectos, como el de crear juntos un diccionario de la variedad judeoespañola de Sarajevo.
También dar a conocer el cancionero sefardí de Bosnia en el extranjero o impartir clases de judeoespañol para nuestros alumnos de Filología Románica. “No hay tiempo que perder, galanica”.

Este texto quiere recordar a David Kamhi (1936-2021). Pero también a todos los sefardíes que, como él, aman, difunden y son testimonio vivo del legado cultural de Sefarad.
Kaminos de leche y miel, querido David.
Estocolmo, marzo de 2021
Fotografías de Ana Schulz
Si te interesa la ciudad de Sarajevo aquí puedes seguir nuestra guía completa.
¡Hola, Vanessa!
Me ha encantado encontrar y leer tu artículo (y esta página). Con mucha pena me enteré hace un par de días de la muerte de David. No llegué a verle en persona cuando visité Sarajevo, pero sí nos conocimos de forma virtual. Le entrevisté para un artículo sobre los últimos hablantes de judeoespañol de la ciudad y después de terminarlo seguimos hablando alguna vez.
Le recordaré, como tú dices, siempre tan accesible, tan sabio y tan de buen humor (también me dio tiempo a ver un poco del mal genio :)).
Saludos,
Fátima.