Atrapa a la liebre / Atrapa la llebre
Autora: Lana Bastašić
Traducción: Pau Sanchis Ferrer
Barcelona, Navona Editorial, 272 páginas, 19 euros (español)
Barcelona, Edicions del Periscopi, 210 páginas, 19 euros (catalán)
Autora: Patricia Pizarroso Acedo
«Aquella, eras tú. Te vi en aquella ventana. Querías decirme algo, rodeada de colores mudos. Movías los labios. No oía lo que decías, pero los leí. Me decían: solo quería». Atrapa la liebre, de Lana Bastašić (Zagreb, 1986) fue publicada por primera vez en la editorial serbia Kontrast en 2018 bajo el nombre de Uhvati Zeca y ahora ve la luz en España gracias a la traducción de Pau Sanchis Ferrer en Edicions del Periscopi (catalán) y Navona Editorial (español).
Atrapa la liebre es la primera novela de Lana Bastašić, galardonada con el Premio de Literatura de la Unión Europea (EUPL) de 2020. Este libro ha levantado una gran expectación entre medios y críticos literarios, que la han caracterizado como una obra en la que «confluyen los universos de Lewis Carroll y Elena Ferrante en un País de las Maravillas balcanizado.» Atrapa la liebre sumerge al lector en la historia de dos amigas de la infancia, Sara y Lejla, cuyos caminos se separaron hace tiempo y vuelven a unirse doce años después. El desencadenante de este (re)encuentro es una llamada telefónica: Lejla insiste a Sara para que vuelva a Bosnia y la lleve a Viena, donde parece estar su hermano desaparecido durante la guerra.
De este modo, Sara abandona su aparentemente cómoda «etapa dublinesa» para emprender un viaje por los países de la antigua Yugoslavia hasta llegar a la capital austriaca. Sara, la narradora de la historia, duda en calificar este viaje como road trip, pues eso «solo tiene sentido cuando los viajeros, aunque se equivoquen, creen que alcanzarán su objetivo, el final del camino que resolverá todos sus problemas y pondrá fin a sus tribulaciones. En Bosnia no hay objetivos, todas las carreteras […] te obligan a dar vueltas incluso cuando crees que estás avanzando.» Durante el recorrido afloran sus recuerdos con Lejla, en los que se entretejen la historia del periodo anterior a la guerra, la limpieza étnica en Banja Luka y la posguerra en Bosnia-Herzegovina.
Banja Luka, capital de la República Srpska, es el lugar donde surgió su amistad, basada en vivencias conjuntas –el primer día de colegio, una celebración de cumpleaños, un viaje de fin de curso o el comienzo de la universidad–, así como en algunos ritos iniciáticos del mundo femenino –la primera regla, la pérdida de la virginidad o un beso entre amigas–. Pero para Sara Banja Luka también es «una úlcera hábilmente escondida.» A principios de los años noventa se inicia en la ciudad un proceso de limpieza étnica de la población no serbia por parte de los nacionalistas.
En estos tiempos convulsos, Sara ocupa una posición privilegiada, pues su existencia no se ve amenazada por ser serbia. Sus progenitores son descritos como veletas ideológicos que se esfuerzan por adaptarse al auge del nacionalismo. Su padre, policía, fanfarronea que «de no haber tenido esa maldita pierna perezosa, papá los habría borrado de la faz de la tierra», y su madre, que desde el momento en que supo que Lejla era “su mejor amiga”, “ella no dijo nada, solo sonrió con los dientes torcidos. El mismo fin de semana me llevó a jugar a casa de Maša Čeković”.
Mostar será el lugar de reencuentro entre Sara y Lejla. Desde un café, Sara observa a su amiga, quien, por motivos de trabajo, va vestida con un chaleco tradicional y un pañuelo musulmán, mientras que Sara se imagina a sí misma con un chaleco serbio «sintético». En esta visión de Sara comienzan a trazarse las primeras pinceladas sobre su amistad con Lejla: la pertenencia a etnias diferentes así como una relación de fuerzas desigual entre ambas. Sara presenta su amistad con Lejla como un vínculo complicado y de dependencia en la que Lejla, descrita como alguien orgulloso y caprichoso, se yergue como la figura dominante y Sara, de carácter dócil, como su «esclava». Sin embargo, según avanza la narración, el lector duda de esta desequilibrada relación de fuerzas, pues en muchos casos, Sara no está segura de sus recuerdos cuando los enfrenta con los de Lejla, quien en alguna ocasión le espetará «no tengo ni idea de lo que hablas. Estás loca.»
Sara también silencia a Lejla a la hora de narrar la limpieza étnica de Banja Luka: «La oscuridad se extendía […]. Mis conciudadanos cambiaron de cara inesperadamente […]. Otros desaparecieron […]. Lo sabíamos, tú y yo. Sabíamos que había empezado, que lo habían hecho empezar. También sabíamos que duraría […]. Estaba por todas partes: en el tilo de detrás del colegio, en los dibujos infantiles de las paredes de los baños de las escuela, entre los profesores que de repente solo escribían en cirílico. Estaba en ti, en tu nombre y en tu cara vacía. Relacionado con la desaparición de Armin.» Tanto Lejla como su hermano Armin se ven obligados a cambiar sus nombres por Lela y Marko Berić para parecer de origen serbio. Sin embargo, esta modificación nominal no protegerá a la familia: Armin desaparece y Lejla y su madre padecen todo tipo de humillaciones físicas y simbólicas: «la mezquita de Ferhadija fue arrasada. Los misiles volaron de verdad por el cielo y dejaron tras ellos un parquin horrible.»
Las guerras de disolución de Yugoslavia reestructuraron las fronteras y las identidades nacionales, culturales y religiosas, además de generar un éxodo de la población. La diáspora bosnia, que en parte seguirá unida a su país de origen, aparece retratada en el autobús que Sara toma para ir a Mostar: «He podido ver en sus rostros los quilómetros recorridos en el mismo vehículo, con los familiares –hijos, hijas, nietos– esparcidos entre dos países, y cómo se revuelven y mueven en su asiento, como si estuvieran en su sala de estar.»
Con la desaparición de Yugoslavia se disgregó su espacio lingüístico. Sara nos dice: «después de toda una década vuelvo a mi lengua, a su lengua y a todas las otras lenguas que abandoné conscientemente.» En sus palabras se deja entrever el resultado de las políticas lingüísticas que dividieron el antiguo serbocroata en bosnio, croata, montenegrino y serbio, tal como refleja su episodio con un taxista en Zagreb: «a la estación de autobuses [en el original: «na autobusku stanicu”]–. Debería de haber dicho kolodvor, palabra mucho más croata para estación»
Asimismo, en la novela se deja entrever el contraste entre los Balcanes y Europa. Los Balcanes se ven como un lugar real: «nosotros aquí tenemos más corazón que esos de allá; que en nuestra casa somos, supuestamente, almas sinceras y sencillas.» Dentro de este espacio, algunos países de la extinta Yugoslavia aparecen más «balcanizados» en comparación con otros, como Croacia –en el aeropuerto de Zagreb el personal de tierra avisa de que «esto no son los Balcanes»– y Eslovenia –la narradora se pregunta: «¿En qué momento Eslovenia se transformó en Austria?–.» Esos dos países se erigen como zonas de transición entre la Europa Central y los Balcanes.
Atrapa la liebre es, en definitiva, una novela sobre la historia de una amistad que corre paralela a los avatares de los últimos años de la extinta Yugoslavia y a los primeros tiempos de la independencia de Bosnia-Herzegovina. El regreso de Sara a Bosnia y su viaje por los Balcanes suponen no solo un recorrido espacial, sino también temporal, en el que se entrelaza la búsqueda de la identidad. A la vez que muestra una visión unilateral de Bosnia por ser la única voz narrativa de la historia, Sara intentará atrapar en su texto a su amiga mediante un ejercicio de escritura: «empezar por el principio. Tienes a alguien y luego ya no lo tienes. Y esta, más o menos, es toda la historia.»