Sarajevo: mito y periferia
Guillermo Velasco acompañado de un cuadro de Sebas Velasco nos retrata Sarajevo como mito y periferia. La ciudad se expresa a través de sus hitos sociales, históricos y monumentales.
El mercado de Markale
En el centro de Sarajevo hay un mercado de frutas y verduras conocido como Markale. Es un espacio cubierto con tejado de chapa donde se reparten unos cincuenta puestos, tablones sobre caballetes y mesas, en los que se vende mercancía de rigurosa temporada.
Son mayoritariamente mujeres que bajan cada día desde las colinas para vender huevos frescos, manzanas cerosas, calabazas y botes de ajvar.
En un día normal, turistas y locales pululan entre los vendedores, compran cerezas y toquetean los tomates.
En 2018 un grupo de jóvenes logró todos los permisos para organizar lo que llamaron Time Out Markale. Se trataba de usar esos mismos puestos para ofrecer algunas cervezas artesanas, vinos locales, hamburguesas… Fue un éxito rotundo pero el pasado pesa.
En 1994 y 1995 se produjeron dos graves bombardeos sobre este mercado. Sarajevo vivía entonces su asedio y las explosiones eran parte de la rutina diaria.
El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia concluyó que ambos bombardeos fueron perpetrados desde posiciones serbobosnias en las faldas de Trebević y cifraron en 68 y 43 los muertos: civiles que buscaban entre los puestos frutas y verduras.
Aunque en la actualidad solo hay un discreto homenaje, comenzaron las presiones pare cancelar ese Time Out: no es aceptable, decían, celebrar en ese lugar; qué va a pensar, preguntaban, quien vea esta fiesta donde hubo una masacre.
Además de ese respeto, el centro de Sarajevo vive el renacimiento de una sensibilidad islámica que no casa con el consumo de alcohol. El evento tuvo que trasladarse a otro mercado en otro barrio, el de Grbavica, donde se sigue celebrando sin mayor complicación. Y así fue como en Sarajevo triunfó el mito y hubo que recurrir a la periferia.
Los mitos
Sarajevo no es solo la capital de Bosnia, ni es simplemente una ciudad rodeada de montañas a las orillas del río Miljacka.
La capital bosnia es epítome de la crueldad de la guerra, espacio de encuentro, generadora de historia, metáfora de la mezcla y de la convivencia truncada, ejemplo de resistencia. Sarajevo es su mito, pero también su periferia.
Al este de la ciudad se encuentra la Baščaršija, donde el visitante debe asimilar una buena dosis de historia. Es un barrio de espíritu otomano.
Su extensión es menos de la tercera parte que cuando Eugenio de Saboya, en el otoño de 1696, arrasó la ciudad y acabó con ese próspero mercado. Hay hoy pequeñas tiendas (dućane) en las que se venden recuerdos, plata, cuero y trabajan artesanos del cobre. El café y los dulces son omnipresentes y evocan una prosperidad antigua. Las colinas y las cuestas están saturadas de casas y callejuelas, pero también hay un bosque con colores cambiantes cuya ladera atraviesa el teleférico.
En la propia Baščaršija está la Biblioteca de Sarajevo que ardió durante varios días. Se perdieron documentos, códices, libros y pergaminos de valor incalculable y ha sido reconstruida con esmero.
El edifico original fue levantado por los austrohúngaros y, como algunos otros, imita el estilo mozárabe. De ese mismo edificio salieron el archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofía Chotek, se montaron en un coche descubierto y se prepararon para recorrer la ciudad saludando.
A pocos metros, sobre el Puente Latino, tras una sucesión de casualidades, Gavrilo Princip culminó un atentado que daría lugar a la Primera Guerra Mundial. Era el verano de 1914. Princip tenía diecinueve años y moriría en prisión. Está enterrado con otros conspiradores en el cementerio de Ciglane y su tumba siempre tiene flores frescas.
También hay flores frescas en la Llama Eterna. Un monumento situado al comienzo de la calle del Mariscal Tito que homenajea a los que lucharon contra la ocupación nazi y ustacha y liberaron la ciudad el seis de abril de 1945.
El texto cita a serbios, musulmanes, montenegrinos y croatas, patriotas de Sarajevo, dice, que unieron fuerzas contra el fascismo. Sarajevo se precia de su mito antifascista y de ciudad resistente. Todo pasa, pero Sarajevo permanece, dicen.
La Baščaršija es ejemplo de multirreligiosidad. Una catedral católica, varias mezquitas, la Antigua Iglesia Ortodoxa, un monasterio franciscano con cervecería incluida y la Antigua Sinagoga se encuentran en un radio de menos de un kilómetro.
El Sarajevo de la convivencia es un mito poderoso, pero también muy castigado. Un ejemplo es el de los judíos que en 1941 eran el veinte por ciento de los habitantes de la ciudad, pero fueron exterminados sin pausa. Hoy unos 500 permanecen en el país.
Además de la Antigua Sinagoga, hoy museo, a la otra orilla del Miljacka puede visitarse la sinagoga askenazi. Más desconocida es la historia de Il Kal Grande, la sinagoga sefardí que fue la más grande de los Balcanes, dañada por los nazis y transformada en centro cultural. En lo peor del asedio, Iron Maiden dio un concierto en ella.
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Rarezas de la historia que llenan Sarajevo. Para los que no teman subir cuestas, en el barrio de Mejtaš se encuentra una muy abandonada sinagoga, Kal di la Bilava, recuerdo de un pasado descuidado.
La convivencia y el mito del Sarajevo mezclado sufrieron durante los casi cuatro años que duró el asedio de la ciudad. Sin embargo, los habitantes se enorgullecen de que mientras las tropas serbobosnias bombardean y los francotiradores disparaban sin miramiento, la convivencia seguía.
En el Sarajevo asediado, los ortodoxos, católicos y musulmanes partían su pan y esperaban expuestos por igual para recoger agua.
Realmente, y pese a todo, Sarajevo vibra. En las cafeterías de Baščaršija, en casas de comidas como Dženita o ASDŽ, en kafanas como el Šahovski klub, en las noches de Sloga o Balkan Express, en restaurantes como Cakum Pakum, Žara iz Duvara o Srebrena školjka, en una infinidad de rincones con o sin vistas, más o menos ruidosos, Sarajevo permanece.
El local y el visitante disfrutan de un ambiente desenfadado, buena comida en raciones generosas y música en directo que cantar a coro.
Otro mito muy presente es el de la ciudad prospera que fue en los tiempos de Yugoslavia. El Sarajevo de los 80, en el que había futuro y presente. La ciudad hervidero de la que salían incontables grupos de música como Bijelo Dugme o Indexi y en el que Emir Kusturica encabezaba Zabranjeno Pušenje.
La guerra, pero también las reformas y configuraciones políticas posteriores, situaron al país en una situación de inoperancia y hoy algunos estudios[1] evidencian que los jóvenes sarajevitas, pese sentir un amor incondicional por la ciudad, ven emigrar como la mejor forma de mejorar su vida.
Desde el Sarajevo de las Olimpiadas de Invierno ha llovido mucho. Antes de que Trebević fuera nido de francotiradores y morteros fue montaña olímpica. Puede recorrerse la pista de bobsleigh abandonada y agujereada entre pinares.
La periferia
Suele decirse que para conocer Sarajevo hay que subir cuestas y colinas. Sobre la Baščaršija está la Fortaleza Blanca (Bijela Tabija) allí remolonean con el último sol parejas jóvenes y se afanan los turistas en atrapar un poco de esa luz melosa sobre las mezquitas, los tejados o la biblioteca.
Desde allí, mirado con ahínco hacia el oeste, donde la vista se pierde tras la neblina, pueden verse esos edificios altos. Allí están Alipašino Polje y esa periferia cargada de presente.
El nombre de Alipašino Polje significa campos del pachá Ali y, aunque no se sabe con certeza a qué Ali Paša se refiere, era una zona fértil que desde la época de dominación otomana funcionó como la huerta de la ciudad.
En Alipašino, los bloques despliegan formas caprichosas y explotan las potencialidades del hormigón armado. Edificios de hasta quince plantas de los que salen balcones imposibles y que muestran cemento gris desnudo.
Al igual que en Grbavica, son una muestra de un plan prometedor y, quizás, utópico: casas para todos, jardines a los pies de cada bloque, orden, posibilidades y alegría. Edificios altos, zonas ajardinadas hoy llenas de hierbajos fueron durante años una muestra del buen hacer del socialismo.
En esos edificios de estética brutalista están los pisos que recibían trabajadores y familias prácticamente gratis. No en vano, la estatua de Tito en los alrededores de la universidad tiene también siempre flores frescas.
El Sarajevo de la imagen es el del presente, pero también el de un mito. El mito de la prosperidad, de un paraíso perdido pero que parece al alcance de la mano. Referentes inmediatos que llevan a un tiempo imposible de recuperar.
A la izquierda se ve un pegote de cemento. Muy probablemente sea una de las cicatrices de la guerra. Así, en Sarajevo no quedó prácticamente ningún edificio sin dañar y en una muestra dignidad encomiable, con más ganas que medios, hubo que tapar y apañar los boquetes.
Cuando se iluminaron estas calles, se usaron farolas de luz blanca sin pensar en el ahorro. Son pocas, pero potentes. Y, por supuesto, el fútbol. Los dos equipos de Sarajevo tienen una rivalidad enconada y antológica. El FK Sarajevo y el Željo se reparten las pasiones de los sarajevitas.
El color burdeos del FK junto a la frase ljubav za tebe mijere nema, el amor por ti no tiene medida, decoran en un humilde mural. Hay casas encendidas, quizás familias jóvenes que han escapado del jaleo del centro, quizás hijos que no logran independizarse, abuelas a las que visitar el sábado; presente, al fin y al cabo.
Una escalera maciza de ese versátil hormigón desnudo, sin consideración a las sillas de ruedas, lleva al portal. Algún vecino bienintencionado ha dejado sobras que un gato callejero degusta.
Mito y periferia

En un escenario llamado a ser utópico, el cuadro muestra la textura del cemento, la aspereza, la ternura del vecino, el recogimiento tras esas ventanas encendidas, el esfuerzo de las manos de pintura superpuestas, lo que fue, lo que es y lo que iba a ser. Un instante trivial en un rincón discreto de una ciudad arrollada por su historia.
No llegan desde la periferia imágenes del paraíso. Sarajevo atrapa y fascina, es una ciudad compleja, llena de connotaciones y con una historia que apabulla.
Como esa luz en el centro de la pintura, hay algo en Sarajevo que, por un momento, hace que se olviden las ventanas demasiado viejas, el asfalto con boquetes, los charcos y las grietas.
Este cuadro no es ajeno al mito, pero ofrece, en una ciudad tan cargada de pasado, una muestra de un presente potente. Y quien quiera comprender la ciudad deberá, además de subir cuestas, prestar atención a la periferia que madruga y que hace
[1] Carreras, Carles. (2016) Sense of Place, Well-being and Migration among Young People in Sarajevo.
Guillermo Velasco, profesor de español y residente en Sarajevo, y el pintor Sebas Velasco.
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